martes, 12 de julio de 2011

ALBERTO QUINTANILLA

Entrevista a Alberto Quintanilla: "Mi arte es un olluquito con charqui"
Hace 42 años el maestro plástico peruano Alberto Quintanilla llevó el Cusco a París con su trabajo pleno de identidad nacional, pero está de vuelta por nuestras tierras.
Al despertar en su sleeping en Sacsayhuamán, Alberto Quintanilla sintió de pronto la trasgresión como un dolor en alguna parte del cuerpo que no conseguía ubicar.
Durante sus primeros quince años de vida –alguna vez le contó esa experiencia iniciática a los poetas César Calvo y Arturo Corcuera– jamás había reparado en que el canto del gallo, el mugir de la vaca, el trote de carneros y caballos, la campanada de misa, podían ser el sountrack de una cultura impuesta desde fuera.
“A esa edad comienzo a darme cuenta de todas esas cosas. De ser artista y que mi sensibilidad se inclina hacia la manifestación de lo ya desaparecido, que quiero recuperar. Soy un cusqueño, pero no soy un inca. Soy un cusqueño mestizo, porque incas puros ya no hay”. Pese a vivir en París hace 42 años, se puede decir que tal vez sea el más peruano de nuestros artistas plásticos.Tanto que ha llegado a decir que su arte es un olluquito con charqui.

Identidad por delante
Recientemente el maestro Quintanilla ha comprado una casa en Lima en la que ha montado un taller para poder venir más seguido.
Pertenece a la llamada “promoción dorada” de la Escuela de Bellas Artes de Lima, junto a Delfín, Cajaguaringa, Galdós Rivas, Chávez, en la que obtuvo la medalla de oro. Se jacta de ello sin falsa modestia.“Yo soy así porque tengo solamente una sola vida. Si te voy a mentir tengo que mentir eternamente”.
Luego de la medalla de oro, el artista obtuvo una beca y se fue a Europa. Primero Italia, en Peruggia, para hacer un curso de Renacimiento. A los seis meses concluyó y recaló a París. “No sabía nada del idioma. En París me dijeron que mi diploma de Bellas Artes no valía allí nada, así que tuve que volver a estudiar de cero, estudié grabado por seis años, terminé en mayo del 68, hice mi doctorado y soy profesor en París”.
Esa experiencia lo confrontó aún más en el tema de la identidad. Por eso ahora considera imprescindible de que el artista tenga una cultura que responda a su tiempo.
“Un día en la escuela alguien me dijo que el quechua era una lengua atrasada y mi abuelo me dijo que no, que nos habían prohibido hablarla. Me di cuenta que hay entre los peruanos un miedo terrible y una incapacidad para defender nuestra cultura. Por eso vuelvo a mi tierra para insistir que este es nuestro país, que aquí pasaron cosas grandes y somos herederos de once o doce culturas y de grandes creadores”.

Pintar como cocinar
Alberto Quintanilla no sólo pinta o esculpe. También canta huaynos, cocina y disfruta de la buena mesa y el buen vino.“Me interesa la cocina, porque a través de la cocina se conoce la densidad de una cultura. Dime lo que comes y te diré quién eres. Dime cómo comes y te diré que educación tienes.”
Su interés rebasa, pues, el tema hedónico o estético.
“Un país que tiene imaginación prepara sus alimentos de forma más original. Las combinaciones saben muy bien. Por ejemplo, el olluqito con charqui es mi plato de batalla. Yo he hecho arroz con pato en París y sale tan bien como acá, porque encuentras arroces de Tailandia, de la India, de China, de Vietnam. El arroz con pato es una especialidad muy fina que se toma con vino tinto de buen Burdeos”.
Hace un paralelo entre gastronomía y pintura. “Entran varios elementos para preparar un plato, como cuando pintas. Pero no tenemos que prestarnos conocimientos de Europa si tenemos los propios y los ignoramos. Cómo voy a ir a un concurso de gastronomía llevando spaguettis a la bolognesa. Yo llevo olluquito con charqui y con eso gano cualquier concurso”.
- ¿Ya lo ha hecho?
No, sólo en mi mundo ideal. Pero lo hago con mi pintura. Es igual. Mi arte es un olluquito con charqui. Cuando lo ven se sorprenden y preguntan de dónde soy. Y les respondo: “Del Cusco, ¿conocen Machu Picchu?”, y lo conocen. Y dicen, “Ah, con razón así es tu pintura”. Creo que he llegado a una síntesis en mi trabajo de lo peruano.
El vino y el artista
Sobre el vino, la historia viene de lejos. De niño lo tomaba furtivamente. “Mi madre trabajaba con familias que tenían riquezas y cada Navidad nos daban de regalos una docena de vinos. Mi padre de vez en cuando abría una botella. Pero jugábamos imitando a los viejos y a veces sacábamos una botella verdadera de vino y terminábamos borrachos. Nos encontraban dormidos y creían que era por el cansancio del juego”. En el año 1961 comenzó a hacerse de una cultura enológica cada vez mejor esmerada, a pesar que sus cuñados le molestaban diciéndole“te has afrancesado”.
Obviamente en Europa ese interés encontró dónde evolucionar.“Comencé a conocer los vinos, a diferenciarlos y a tener interés”.
Había tenido la suerte de beber la mayor parte de vinos blancos y tintos en su propio terreno, hasta que un comerciante de vinos francés que le debía dinero por unos cuadros, le pagó con botellas de vinos.
“Entonces comencé a armar mi cava y me resulta más económico, porque como hago almuerzos y comidas en mi casa ya tengo el vino. Me pagó 40 mil euros en botellas”.
Está convencido, sin embargo, que si no mediaba la conquista, “con la chicha hubiéramos llegado mucho más lejos”. No le sorprendería por tanto que en el “olimpo” de los incas posiblemente haya existido un dios del vino, equivalente a Dionisos.“Hay dioses de la celebración, pero para el Perú todos los santos son dionisiacos”.

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